Artículo de reflexión

El Fetichismo respecto a la complejidad de la comunicación

Fetishism regarding the complexity of communication

Fetichismo em relação à complexidade da comunicação

Fabián Andrey Zarta Rojas
fzarta@unbosque.edu.co
Magister en Estudios Sociales y Culturales
Universidad de Bosque, Colombia

Recibido: 20 de febrero de 2021
Aceptado: 24 de febrero de 2021
Publicado: 23 de junio de 2021
ISSN: 1692-5688 | eISSN: 2590-8057

Cómo citar: : Zarta Rojas, F., (2021). El Fetichismo respecto a la complejidad de la comunicación. Mediaciones, 26 (17). 204-216. https://doi.org/10.26620/uniminuto.mediaciones.17.26.2021.204-216

Conflicto de intereses: El autor ha declarado que no existen intereses en competencia.


Resumen

El ejercicio de la escritura académica se ha visto convulsionada por el uso excesivo del método de la complejidad. Sin embargo, esta concepción popularizada por Morin se ha tergiversado en la era contemporánea por hechos distantes de los que se proponen en su origen. El presente artículo pretende desarrollar una reflexión en torno al fetiche por esta palabra en la actividad académica, a partir del uso de la homología que hace Zizek sobre Marx y Freud, usando los principios psicoanalíticos de Lacan. Finalmente, se propone hacer frente a la esquizofrenia capitalista en los claustros universitarios enfrentando la maquinaria científica, y tomando una postura crítica o capacidad de agenciamiento frente a los organismos que crean este síntoma en los investigadores sociales.

Palabras clave: Complejidad, psicoanálisis, crítica, investigación, método

Abstract

The exercise of academic writing has been convulsed by the excessive use of the method of complexity. However, this conception popularized by Morin has been distorted in the contemporary era by events far removed from those originally proposed. This article aims to develop a reflection on the fetish for this word in academic activity taking as a starting point the homology that Zizek makes about Marx and Freud, using Lacan’s psychoanalytic principles. Finally, it proposes to face capitalist schizophrenia in university cloisters by confronting the scientific machinery, and taking a critical stance or capacity for agency in the face of the organisms that create this symptom in social researchers.

Keywords: Complexity, psychoanalysis, criticism, research, method.

Resumo

O exercício da redação acadêmica foi convulsionado pelo uso excessivo do método da complexidade. No entanto, essa concepção popularizada por Morin foi distorcida na era contemporânea pra eventos muito distantes daqueles originalmente propostos. Este artigo tem como objetivo desenvolver uma reflexão sobre o fetiche por essa palavra na atividade acadêmica a partir da homologia que Zizek faz sobre Marx e Freud, utilizando os princípios psicanalíticos de Lacan. Por fim, propõe-se enfrentar a esquizofrenia capitalista nos claustros universitários, confrontando a máquina científica e assumindo uma postura crítica ou capacidade de agência diante dos organismos que criam esse sintoma nos pesquisadores sociais.

Palavras-chave: Complexidade, psicanálise, crítica, pesquisa, método.


“En tanto que la lucha por la verdad “salva” a la realidad de la destrucción, la verdad empeña y compromete la existencia humana. Es el proyecto esencialmente humano. Si el hombre ha aprendido a ver y saber lo que realmente es, actuará de acuerdo con la verdad. La epistemología es en sí misma ética, y la ética es epistemología”.
(Herbert Marcuse)

Introducción

Hace algunos meses, cuando me encontraba en la Facultad de Humanidades de una universidad de Bogotá, donde había toda una colección de revistas científicas, mi mirada se enfocó sobre una de ellas; en especial porque en su título ostentaba la palabra “complejidad”. Abrí la revista para ver su tabla de contenido y, ¡oh, sorpresa!, había uno sobre la complejidad de la comunicación, una cuestión que me atrae desde los inicios de mi carrera profesional. Sin embargo, me lleve una gran decepción al leer el artículo, en todo caso reflexivo. Su argumento planteaba que la comunicación era compleja porque tenía muchos elementos que la hacían compleja; o sea, que la comunicación era algo tan complejo que era bastante difícil describirla. Al finalizar, el artículo “argumentaba” que había que seguir discutiendo sobre la complejidad de la comunicación para llegar a una agenda en común, y así saber qué era lo complejo de la comunicación.

Lo anterior, que no es más que una especie de bucle y trabalenguas, terminó por dejarme confundido y triste. No obstante, eso me llevó a leer otros artículos de la misma revista, siendo apenas evidente que los textos “convulsionaban” por la sobrecarga de “complejidad” que expresaban. Fue eso lo que me llevó a pensar en este artículo, y a desarrollar una reflexión sobre lo que está pasando con dicho término. Sin embargo, me limito en mi análisis al campo comunicativo, que es el más angustiante.

Para comenzar, hay que decir que las ciencias de la complejidad representan una verdadera revolución del conocimiento. Contienen numerosas teorías, diversidad de modelos explicativos, conceptos, métodos y lógicas, y tratan de responder interrogantes como: ¿Por qué las cosas son o se vuelven complejas? (Beltrán, 2012, p. 2). A pesar de ello, el impulso que este concepto ha representado para diferentes ciencias ha sido desbordando por el uso indiscriminado de esta noción que popularizaron Morin (2011) y Maldonado (2007) en Colombia; entre otros que hacen parte de las diferentes oleadas del pensamiento complejo.

Mas allá de presentar una historia, episteme o recuento de lo que es o no la complejidad, el presente escrito no pretende otra cosa que hacer una crítica sobre la hecatombe que se está gestando en las diferentes ciencias sociales y humanas; logrando así adulterar, falsificar, falsear, viciar, transformar, alterar, cambiar, modificar o deformar lo que inicialmente Morin y Le Moigne (1999) plantearon como un concepto central sobre la Complejidad como método. Para tener una idea general conviene revisar las grandes líneas de la complejidad que plantea Maldonado (2007):

Existen dos grandes comprensiones de complejidad, usualmente indiferentes entre sí, distantes incluso, y quizás radicalmente distintas. De un lado, la complejidad como ciencia, y de la otra, la complejidad como método. Resulta más apropiado referirnos a la primera como las ciencias de la complejidad o también, más prudentemente, como el estudio de los sistemas complejos adaptativos. En cuanto a la segunda concepción, es conocida genéricamente como el pensamiento complejo. Mientras que la primera hace referencia a diversos, incluso numerosos, autores y líneas de trabajo e investigación, en el segundo caso se trata prioritariamente de la obra de un solo autor, aunque sean numerosos sus seguidores y epígonos. (p. 19).
La cuestión que abordo gira exactamente sobre el segundo sentido que Maldonado (2007) nos ofrece de la complejidad, es decir, como método. Y ello porque la comprensión de la complejidad como método se ha ido desvirtuando en las prácticas de la investigación científica contemporánea y en la esquizofrenia capitalista de las publicaciones universitarias, entre otras cuestiones. Pero ¿por qué se genera este fetichismo por la complejidad? Si se me permite, puedo dar una explicación desde el psicoanálisis que me parece apropiada para la situación.

Me explico. Zizek (1992), en su libro “El sublime objeto de la ideología”, plantea las relaciones entre los síntomas de Marx y Freud, siguiendo el principio lacaniano de que el síntoma fue inventado por Marx. Zizek marca el punto en el que Marx descubre el síntoma como sigue: es al detectar una fractura en la pretendida emancipación de los principios burgueses. Con este presupuesto Zizek logra una:

Homología entre el procedimiento de interpretación de Marx y el de Freud porque en ambos casos se trata de eludir la fascinación propiamente fetichista del «contenido» supuestamente oculto tras la forma: el «secreto» a develar mediante el análisis no es el contenido que oculta la forma (la forma de las mercancías, la forma de los sueños) sino, en cambio, el «secreto» de esta forma. (p. 35).
Esta equivalencia metodológica es la que permite que podamos usar el síntoma, gestado por Marx y Freud, mediante el análisis que hace Zizek desde Lacan, estableciendo que el fetiche por el uso de la complejidad existente en el ejercicio académico está exacerbando dicho concepto, lo cual es una forma (deseo por) de aumentar el ego académico. Eso ocurre porque, en el “caos” que han creado mediante sus textos, creen tener el secreto de la ciencia sobre la cual “supuestamente aplican el pensamiento complejo” para descifrar lo más recóndito de su objeto de estudio.

Ahora bien, ese deseo que en el ejercicio de la escritura se tiene por publicar desata esa sobredosis del uso de la complejidad en los textos realizados, pero sobre todo esa “escritura sin tesis”.

En otras palabras, cuando no se tiene claro el horizonte de lo que quiere escribir o no encuentra el punto central de lo que intenta plantear, pone sus garras sobre la complejidad para intentar validar el resto de su texto; argumentando así que la complejidad del asunto hace que algo sea inexplicable o que los resultados sean confusos. Me atrevo a pensar con Mirowski (2013) que el capitalismo académico nos está ganando la partida; al no darnos el tiempo como investigadores para escribir con lo que Hegel planteaba en su dialéctica: “[con] la razón.” (Gadamer, 2000).

Lo más agudo del caso es que el concepto de complejidad no es nuevo y, como argumentan varios autores, intenta ser “un concepto problema y no un concepto solución” (Morin, 2011, p. 22). Siguiendo esa idea, en un artículo publicado por Maldonado (2020) que documenta “el seminario más antiguo de complejidad en América Latina”, se pone en relieve la importancia y trascendencia de este línea de pensamiento en nuestro continente. De manera que, al ser el más antiguo deberíamos tener algunos puntos claros para el uso de dicho concepto o, al menos, lo que acarrea usarlo como método en los textos que desarrollamos los investigadores en comunicación.

Adicionalmente al texto de Maldonado (2020), podemos dar cuenta de la existencia de más de una decena de autores que orientan de manera clara y profunda lo que implica y significa la complejidad como método (Morin, 1996; Maturana y Varela, 1999; Pagels, 1991; Stewart y Golubitski, 1997; Lorenz, 1996; Morris, 2017; Hands, 2016; Stewart, 1999; Deutsch, 2002; Prigogine, Stengers, 1994; Kauffman, 1996; Baluska, Mancuso y Volkmann, 2006; Auletta, 2010).

Así las cosas, en los siguientes apartados intentaré comprender cómo se ha tergiversado el término “complejidad” con otros que lo complementan o sirven de herramienta, pero que no son lo mismo; como la interdisciplinariedad, los manifiestos y las teorías de la biología cognitiva. Así mismo, la mala forma en la que se adopta el método de la complejidad en la comunicación.

La olla de grillos epistémica

Según la Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española (2014) se denomina etimología al estudio sobre el origen de las palabras individuales, también su cronología e incorporación a un idioma, así mismo la fuente y detalles sobre los cambios en la forma y significado. Lo que esa pequeña pero concisa definición señala es lo que no se realiza previamente al ejercicio de la escritura a la hora de utilizar un enfoque epistémico o método de análisis; como es el caso de la complejidad o la transdisciplinariedad.

Ese desconocimiento es lo que genera la confusión en el uso de estas dos herramientas metodológicas para la compresión de la realidad. En este apartado se intentará dar algunas luces sobre dicho barullo.

Hacia la primera década de este siglo, gracias al impulso que los estudios culturales les dieron a las categorías “inter”, “multi” y “transdisciplinariedad”, las ciencias en general se han ido enlazando a estos conceptos que también pueden tomarse como métodos o enfoques epistémicos según lo plantean Nicolescu (1996), Morin (2010) y Martín-Barbero (2005). Sin embargo, este concepto ha liado a los profesionales e investigadores de algunas ciencias por su cercanía al método que proponen los exponentes de la complejidad.

El punto específico de pérdida parece que se encuentra en el “quiebre epistémico y la perspectiva crítica” que desean desarrollar los académicos; pero puede caerse en un error al no generar la discusión epistémica necesaria para crear los “puentes o eslabones” para conciliar o poner en diálogo a una ciencia con otra desde la perspectiva disciplinar, sin que ninguna pierda profundidad ni tampoco su punto de partida; y, adicionalmente, el no reconocer los límites y alcances de cada una de las herramientas. Sobre todo esto Follari (2011) hace la siguiente acotación:

La disciplinariedad no es de por sí un mal epistémico a exorcizar. La especificidad de las disciplinas no es una maldición que hubiera caído sobre el previo logro de un conocimiento unificado, sino el procedimiento analítico imprescindible para avanzar en el conocimiento científico. No habría ciencias, si estas no se hubieran especificado diferencialmente entre sí, terminando con la previa unidad metafísica del conocimiento. De manera que habrá que cuidarse de, bajo la idea de acercar las disciplinas en algún enriquecimiento potenciador, volver a situaciones “predisciplinares”. Es decir, existe -si no se hace la discusión epistemológica necesariala posibilidad de estipular discursos ingenuos sobre la supuesta superación de las disciplinas, que en realidad no sean superación, sino simple negación de su especificidad constitutiva. (p. 4).
Lo anterior da pie para afirmar que, en ese intento por desarrollar más que una relación con otras ciencias o disciplinas, desde el campo comunicativo, mediante la perspectiva transdisciplinar, los académicos pierden el sentido al mezclar el objetivo y objeto propio de la diciplina con otros; y de esa forma justifican lo inter, multi o transdisciplinar. Sin embargo, allí no se detiene el asunto, puesto que, al encontrarse en una redacción o tesis sin salida, terminan por “invocar” el concepto de complejidad para empezar a excusar la pérdida disciplinar, discursiva y conceptual en la que se encuentran.

Una razón de lo que se está señalando, es que para muchos académicos el uso de una perspectiva interdisciplinar termina siendo sinónimo de complejidad; cuando en realidad ninguna de estas dos se superpone, sino que se complementan.

Un ejemplo de cómo la complejidad y la interdisciplinariedad se articulan, y no se anulan mutuamente, la encontramos en textos como: Ciencia, cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza de Haraway (1995) y De los medios a las mediaciones: comunicación, cultura y hegemonía de Martín-Barbero (1998) o Culturas híbridas de Canclini (2012).

Todos estos escritos germinaron desde la interdisciplinaridad sin confundirse con el método de la complejidad para argumentar sus ideas, cuestión que se ha ido disolviendo en los escritos contemporáneos sobre comunicación. Ahora bien, no entraré a ejemplificar o conceptualizar la diferencia entre un concepto y otro, porque no es competencia de lo que aquí se intenta dar cuenta. Lo que sí parece ser cierto es la poca inferencia que se realiza en nuestros días sobre los productos o figuras que generan el uso de un concepto u otro. Justamente, este desatino en las ciencias de la comunicación se aleja a pasos agigantados del cometido que proponen Deleuze y Guattari (2001):

La filosofía no es reflexión, ni comunicación. Es la que crea los conceptos. La filosofía tiene que decirnos cuál es la naturaleza creativa del concepto y cuáles son sus concomitantes: la mera inmanencia, el plano de inmanencia y los personajes conceptuales. (p. 7).
Así pues, los filósofos son tan escépticos frente a los escritos realizados por los académicos del campo comunicativo, por la simpleza en el uso de los conceptos y el uso fetichista en los textos cuando descubren un nuevo concepto.

¿Qué hacer ante el síntoma? Lo primero que habría que decir es que la comunicación es compleja desde su origen. ¿Por qué es compleja y qué hace que lo sea? Primero, por su inherencia al ser humano; segundo, por la fisiología y anatomía que requiere para lograrse; tercero, por infinitud de lenguas, estructuras y sistemas (Bertalanffy, 2000) que permiten su articulación; finalmente, y no menos importante, por las múltiples teorías comunicativas que estudian y articulan todas las cuestiones anteriores; sobre todo, porque las teorías comunicativas buscan profundizar y dar sentido, o encontrar nuevas vertientes, para explicar los fenómenos comunicativos que ocurren en la totalidad de la realidad humana, haciendo uso de la complejidad como método. Aquí podemos recordar a un clásico de los estudios sobre el pensamiento y el lenguaje que colaboró en la profundización de los estudios de la comunicación: Lev Vygotski (1995) con uno de sus textos más notables “Pensamiento y lenguaje”.

En ese sentido, aunque la comunicación cuente con diversos orígenes por lo que se le puede calificar como compleja, y aunque las diferentes ciencias hagan uso de la categoría “comunicación” en sus estudios o tomen los métodos desarrollados en el campo para sus investigaciones, nada hace a la comunicación transdisciplinar por sí misma. Como se indicó al inicio de este texto, lo que debe buscarse son enlaces epistémicos que permitan reconocer el horizonte de la epistemología disciplinar sin perder el discurso científico de la disciplina.

Es en ese intersticio teórico o epistémico entre ciencia y campo, donde brotan las nuevas formaciones metodológicas (métodos híbridos) o conceptuales de las ciencias (esto aplica para sociales y exactas o naturales). Con ello, se pueden visualizar esos niveles de realidad a los cuales hacía referencia, en su manifiesto, Nicolescu (1996) porque permiten interpretar la realidad bajo nuevos paradigmas.

Además, este concepto no es un hecho totalizante porque perdería esa complejidad implícita como lo sostiene Follari (2001), lo cual implica que no se debe sobreponer el análisis desde la complejidad sobre cualquier tema como si fuera una fórmula para unir argumentos equidistantes. Por eso, la complejidad y el método transdisciplinar se fundamentan en que se pueden crear puentes que permitan encadenar nociones de diferentes disciplinas. Un aporte sobre este hecho lo propone Zemelman (2009), afirmando que:

Siempre es necesario investigar adecuadamente, es decir, generar conocimiento que refleje la situación contextual, o sea, “un conocimiento producido desde el contexto, pero que no se agote en ser sólo un espejo del contexto, lo que implica saber colocarse no sólo en él, sino ante el contexto.” (p. 35).

Lo que Zemelman plantea aquí son varios hechos: el primero es el problema de lo específico; luego, la subjetividad adherida a los hechos sociales; y, finalmente, la importancia de lo contextual. Este último hecho fue estudiado por Grossberg (2009) con su “contextualismo radical”, en el que básicamente propone que los estudios se elaboren de manera contextual pues, por un lado, son de suma relevancia para los estudios sociales; y, por otra parte, que el contexto debe ser observado como una “coyuntura”, compuesta, a su vez, por una “red de relaciones”.

Estos terminan siendo los problemas propios de la disciplina. Aquí emerge un punto en común entre la complejidad y la transdisciplinariedad: el contextualismo, en todo caso radical. ¿De qué sirve esto en la complejidad y la transdisciplinariedad? No solo sirve, sino que es vital para el proceso investigativo con el cual pretendemos gestionar la complejidad para el objeto de estudio del campo disciplinar, puesto que el contextualismo involucra dos cosas: la revisión exhaustiva de la literatura disciplinar, y la revisión de los límites del objeto que estamos estudiando. Se puede añadir que el contextualismo radical permite conocer de manera compleja el espacio/terreno en el que nos desenvolvemos como profesionales. Una vez agotadas las exploraciones en nuestra propia tierra, es que podemos empezar a enlazarnos con otros campos y, a la vez, hilar conceptos e ideas con otros campos disciplinares (siempre de manera crítica), para finalmente poder entrar en el campo de la complejidad.

Entonces, esa “red de relaciones” y “lo coyuntural” son categorías en las que se mueven los estudios sobre la comunicación en la actualidad (por su especificidad); y a la vez, son las que permiten que los investigadores puedan anclarse a su campo disciplinar y no perder ni el discurso, ni la epistemología que los sustenta.

Con esto sobre la mesa, resulta innegable que el método de la complejidad se pueda implementar en el campo comunicativo para dar cuenta de nuevos intereses sobre la dimensión comunicativa del ser humano; sobre todo, porque permite más líneas sobre las cuales investigar sin perder el rumbo ni el sentido, con lo cual siempre se podrán generar propuestas interdisciplinares.

En suma, este malestar/síntoma, que se presenta como fetiche y que da como resultado una notable confusión en el tratamiento de la complejidad en los textos de orden comunicativo, se debe a la carrera por publicar textos para subir en el peldaño académico, y ciertamente se presta a muchas formas de repensarse. Por esa razón, pasaremos a ver la complejidad como método en el campo de la comunicación, como también a observar de dónde viene y hacia dónde va dicha complejidad.

La complejidad como método en la comunicación

En la disciplina comunicativa no todo es complejo, pero todo se puede complejizar. Esta sencilla premisa resulta de la observación de las diferentes tendencias existentes a lo largo de la historia de este campo; así mismo, se debe al hecho de que no todo lo que se genera posee un sistema complejo, sino meramente mecánico.

La cuestión es que los elementos base de la lógica inicial sobre la que se fundamentan los modelos y algunas teorías de la comunicación (sobre todo aquellas de la primera ola) no guardan una complejidad en su estructura, pero se han ido complejizando con el paso del tiempo. No obstante, podemos ver algunas teorías que sí le apostaron a un análisis complejo de la comunicación desde su inicio como, por ejemplo, La dialéctica de la ilustración de Adorno y Horkheimer (2007). Al respecto, De Alcázar (2001) afirma:

Por otra parte y de manera específica, los diferentes estudios realizados por los padres de la escuela de comunicación norteamericana: sobre los efectos de los medios en el receptor realizados por el mismo Laswell, en 1927 y 1930; los que desarrollaron las teorías de los efectos psicológicos individuales desarrollados en los años de 1940 por Havland, Lewin, Lazarfeld y Berelson; los de la intervención de los efectos en grupos sociales, realizados en 1994 por Lazarfeld y Berelson y Katz, Merton; los teóricos sobre los usos y gratificaciones de los medios, ejecutados en los años 60, desarrollados por Klapper, Katz y de Fleur; los desarrollos teóricos sobre la agenda pública de los medios propuesta en 1947 por Cohen, Comb y Shaw y por Iyengen y las teorías relativas a la “espiral del silencio”, efectuados por la norteamericana Elizabeth Neuman (Ver en Álvarez, 1995, Lozano, 1992; Madriz, 1993; Mattelart. 1997a; Noskim, 1991) colaboraron en la construcción de la corriente conocida como “Mass Communicaction Research”. Pero ninguno produjo una trasgresión de las fronteras de la matriz epistemológica neopositivista que la sustento a lo largo de más de cuatro décadas. (p. 3).

Y, sin embargo, los investigadores contemporáneos están generando una fragmentación de esa matriz epistemológica que les precedió. Como se argumenta en este artículo, esta fragmentación ha sido lograda por unos pocos teóricos que hacen un uso incorrecto del método de la complejidad y de la transdisciplinariedad para crear nuevas matrices interepistémicas que fundamenten nuevos campos de estudio o temas disciplinares e interdisciplinares. La razón de ello, es la improvisación sobre las herramientas que los métodos contienen, junto con el desconocimiento sobre la procedencia de dicho método. Todo esto conlleva a una serie de errores en los ensayos; estos errores se pueden caracterizar como un esfuerzo por ir al más allá del más allá de los enfoques epistémicos disciplinares.

Ahora bien, como afirman tanto Morin (2011) como Juliao (2017), el pensamiento complejo como método implica una visión amplia y crítica sobre el conocimiento y la realidad objetiva. Esto da luces sobre lo que debería ser la aplicación de la complejidad en el desarrollo de las teorías comunicativas contemporáneas, más no el uso indistinto de la conceptualización para justificarlas como complejas; como tampoco generar “trueques” epistemológicos que funcionen mediante la fuerza artificial creada por en el ejercicio de la escritura.

Las secuelas que dejan estos desatinos y despropósitos, impulsados por el fetiche que hemos descrito, son prácticas académicas utilitaristas sobre la complejidad, que se reducen a teorías que no tienen una tesis central; teorías que, desde luego, pueden pasar de improvisto, pero están latentes. La primera de ellas es la desorientación que puede causar en la generación actual y las venideras; por otra parte, este tipo de teorías sin tesis o que complejizan por complejizar terminan alejando a los investigadores contemporáneos del objeto de la comunicación, de ese “locus” que se intenta descubrir desde hace más de 70 años de investigación en comunicación alrededor del mundo.

De allí, la importancia de la calidad en las publicaciones académicas en las revistas científicas, sobre todo en aquellas donde la complejidad o la interdisciplinariedad son primordiales. Un punto de referencia sobre esto son los Estudios Culturales, que han popularizado estas prácticas, pero también han aportado un tratamiento conceptual minucioso con el fin de que todos los sectores académicos hagan un uso adecuado de las herramientas que cada método o enfoque epistémico ofrece. Debido a eso, es importante la filología y lingüística histórica en las facultades de comunicación, porque ellas enseñan la etimología de las palabras y dotan de capacidades a los futuros profesionales para que logren reconocer las diferencia de fondo entre los conceptos que las palabras significan.

Por otro lado, resulta necesario hablar sobre las consecuencias que conlleva no usar adecuadamente el método que propone el pensamiento complejo, como condición para pensar los alcances del conocimiento. Sucede que, si vamos a complejizar o a usar la transdisciplinariedad sin ejercer ningún tipo de parámetro o establecer unos puntos de inicio y un “espacio posible” en donde se geste el quiebre de la matriz epistémica, empieza a emerger una especie de “violencia intra-epistémica”.

¿Por qué se produce este fenómeno? Se debe principal, pero no únicamente, a una falta de reconocimiento de los fundamentos y métodos propios de la disciplina; los cuales pueden desintegrarse, al ser homogenizados y diluidos por la perspectiva totalizante del otro campo. Recordemos que el concepto de “violencia epistémica” proviene de los Subaltern Studies de la India Spivak (1988). Afiliada a este grupo de estudios, Spivak reconoce y afirma que fue el mismo Foucault quien localizo esta violencia epistémica en los “estudios subyugados” en Occidente, al repensar la concepción de salud mental de finales del siglo XVIII.

En ese sentido, y como lo entiende el filósofo francés, estos conocimientos están en una escala de jerarquía baja respecto a otros niveles de entendimiento o cognición. Pero, ¿qué pasa con esto? La situación es que, si se permite que, en medio de la aplicación de la complejidad como método, se pierda la epistemología del campo comunicativo, entonces será cada vez más difícil lograr una epistemología en común que argumente este campo. Al permitirse este hecho, nunca será posible lograr una epistemología propia que dé pistas sobre el objeto de estudio de la comunicación.

Lo expuesto hasta aquí no es ninguna novedad en términos reales, debido a que la comunicación siempre ha estado “aquí y allá” sin poderse determinar a sí misma como ciencia o disciplina. En razón de eso, disciplinas como la antropología, la sociología o la filosofía le restan importancia, por no tener claramente definidas esas dos cuestiones: su objeto de estudio y, por ende, su epistemología. Y, si a esto le sumamos que la única forma de hacer investigación es considerando el campo como categoría, estamos cayendo no sólo en reduccionismo, sino en una anulación de todo el campo científico. Es por esto que Mignolo (2009) considera que el concepto de conocimiento tradicional (comunicación como categoría) se inventó para legitimar la epistemología imperial (ciencias moderno/coloniales o de dominación epistémica).

Finalmente, el deseo excesivo por publicar sin tener en cuenta las consecuencias que esto tiene en las generaciones venideras de los profesionales en comunicología, tendrá que afrontar a estas últimas como resultado de sus propios errores ensayísticos; confrontación que sin duda terminará por transformar el campo de la comunicación en una categoría dentro de la investigación científica, lo cual implica que las facultades de comunicación terminarán desapareciendo de los claustros educativos.

Conclusiones

Como hemos visto, la cuestión del fetiche o el uso indebido de los conceptos que nos ofrecen las ciencias sociales y exactas puede terminar en la clausura de las facultades. En ese mismo sentido, la indiferencia sobre la historia de los enfoques epistémicos termina siendo una práctica peligrosa, que nos devuelve cientos de años a cuando los científicos no tenían acceso a rápido y profundo a la información para poder minimizar los errores en sus ensayos. Pasa todo lo contrario con los investigadores de nuestra era, debido a que, aunque tengan acceso a las tecnologías de la información, parecen no darle un uso correcto. Y ese hecho, pone en peligro el propio prestigio del escritor; por ello, se debe tener conocimiento profundo sobre los conceptos que se usan. De esta forma, el investigador social se debe alejar de una publicación sin sentido, es decir, del acto fetichista por aumentar sus publicaciones para las bases de datos científicas.

Lo anterior merece, entonces, el planteamiento de una desfetichización de esas esquizoides prácticas académicas, lo que sería para Lacan y Zizek una forma en que los académicos se esfuerzan por llenar vacíos emocionales evocados desde su inconsciente. La necesidad de esta desfetichización nace retomando a Marx y Freud para contrarrestar esa “vida proactiva” que las universidades venden como “lo ideal”; cuando el secreto de ello está en aumentar las estadísticas de los órganos regulatorios del Estado en materia de investigación.

En ese sentido, siguiendo a Harding (2011), hay que desafiar la maquinaria de la ciencia. Este hecho tiene dos sentidos (al menos en este texto): por una parte, desafiar las prácticas academicistas en los claustros universitarios que maltratan los campos disciplinares con el mal uso de sus mismos recursos o herramientas; por otra, desafiar los entes gubernamentales para frenar el deseo paranoico por publicar para demostrar un nivel académico alto. Básicamente, en esto consistiría la desfetichización: en ir a contrapelo y lograr un agenciamiento que, según la idea de Amartya Sen (2006), es la capacidad de libertad y responsabilidad que posee un agente para actuar, generar cambios y, en definitiva, transformar su mundo, convirtiéndose en actor social y gestor de su propia vida, de la desposesión material y simbólica experimentada.

Para finalizar, esa capacidad a la que hace referencia Amartya Sen se puede fundamentar en lo que Gramsci (1999) reconoce como “el intelectual orgánico”, que no es otra cosa diferente a ser un intelectual con verdaderos conocimientos y capacidades críticas que aporten al desarrollo social, cultural y académico. De manera que, tomando conciencia de ello, la escritura, investigación y vida académicas tomarían el rumbo indicado, ese que tanto necesita nuestra patria.


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