La imagen del género:
comunicación gráfica y representación de la mujer
The image of gender: graphic communication and representation of women
Yeismy Amanda Castiblanco Venegas
Magíster en
Comunicación Educativa. Lugar de trabajo: Corporación Universitaria Minuto de
Dios. yeismy.castiblanco@uniminuto.edu
https://orcid.org/0000-0002-7671-2819
Mónica Patricia
Perassi
Maestrante de
Comunicación-Educación en la Cultura. Lugar de trabajo: Corporación
Universitaria Minuto de Dios. monica.perassi@uniminuto.edu
https://orcid.org/0000-0002-0488-1621
https://revistas.uniminuto.edu/index.php/Pers/issue/view/195
20-34
RECIBIDO : JULIO 2 -2019
ACEPTADO: ENERO 3 - 2020
RESUMEN
El texto que encontrarán a continuación tiene como
principal objetivo establecer el papel de la comunicación gráfica frente a la
representación del género, y con ello contribuir a la disminución de la
violencia de género. A través del análisis de contenido, que busca relacionar
los conceptos se logra establecer la importancia de la representación de las
mujeres en medios gráficos, así como plantear la necesidad de repensar el papel
en la producción de imágenes sobre el género. El aporte desde la gráfica será
representar a las mujeres y las violencias alejadas de los estereotipos
promovidos por los medios masivos de comunicación. Los colores, la ilustración,
los gestos deben ser el resultado de una atención a la comunidad, a las mujeres
reales, a los sentimientos y a una estética alternativa que juega entre la
ternura y la crudeza; entre el abandono y el compañerismo.
Palabras Clave: colores, ilustración, medios
ABSTRACT
The text that you will find below has as its main
objective to establish the role of graphic communication against gender
representation, and thereby contribute to the reduction of gender violence.
Through the analysis of content, which seeks to relate the concepts, it is
possible to establish the importance of the representation of women in graphic
media, as well as to raise the need to rethink the role in the production of
images about gender. The contribution from the graph will be to represent women
and violence away from stereotypes promoted by the mass media. The colors, the
illustration, the gestures must be the result of an attention to the community,
to real women, to feelings and to an alternative aesthetic that plays between
tenderness and rawness; between abandonment and companionship.
Keywords. colors, illustration, media
Introducción
El
rechazo a la violencia contra la mujer ha sido una de las principales banderas
de lucha del movimiento feminista, razón por la cual es un tema que ha
rezumbado por cientos de años en los oídos de la humanidad, sin embargo, es en
las últimas décadas que ha cobrado mayor fuerza y valor, como medio de
reivindicación para las mujeres, quienes en su esfuerzo constante, a pesar de
los silenciamientos mordaces; han venido consolidando un movimiento social, que
se ha posicionado a nivel mundial, desde diferentes ámbitos de la sociedad.
Como reivindicación constante, esta lucha encuentra espacios para contribuir a
la implementación de reformas y promover la denuncia, la desaprobación y el
rechazo del abuso y otras formas de violencia ejercida. Así mismo, abre la invitación
reflexiva que incentiva cada vez más la unión de nuevas mujeres, a esta lucha
humanitaria y social, reuniendo millones de voces de mujeres sometidas a
múltiples formas de agresión en ámbitos privados o públicos.
Para
explicar un poco la problemática que nos convoca, abordaremos el concepto de
violencia contra la mujer desde su significado en dos formas: en primer lugar,
despejamos el término con la particularidad de Naciones Unidas, creado en
asamblea general, donde decreta en el artículo primero de eliminación de “la
violencia contra la mujer” el significado de la misma; allí se constituye como
“todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o
pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico
para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación
arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la
vida privada” (Yugueros, J. 2014, pp. 148).
Así
mismo, se acuña el concepto de Nieves Rico descrito bajo el concepto de
violencia de género, donde explica el término en el ejercicio activo “que
refleja la asimetría existente en las relaciones de poder entre varones y
mujeres, y que perpetúa la subordinación y desvalorización de lo femenino
frente a lo masculino. Ésta se caracteriza por responder al patriarcado como
sistema simbólico que determina un conjunto de prácticas cotidianas concretas,
que niegan los derechos de las mujeres y reproducen el desequilibrio y la
inequidad existentes entre los sexos” (Rico, N., 1996 pp. 13).
Por
lo anterior se comprende la violencia de género como una problemática que
abarca todas las esferas del planeta, sin distinción racial, social, económica;
busca ser reconocida bajo todas las formas posibles, siendo a nuestros tiempos,
un poco más visible y un poco menos impune. Sin embargo, esa visibilización y
las guerras ganadas en términos de luchas feministas constantes, son resaltadas
desde la tenacidad con la que mujeres alrededor del mundo se enfrentan, en
preserva de los derechos de la mujer, así como las vidas cobradas por su
empoderamiento discursivo, la palabra y la acción que se manifiestan ante un
universo hecho para hombres, porque, en definitiva, ni la casa, ni la calle, ni
la noche, ni el mundo, están hechos para ellas.
Así
mismo, son las mujeres quienes han puesto en denuncia pública los diferentes
episodios violentos a los que han sido sometidas ante el foco de agresión
machista, perpetrada en el patriarcado impuesto, voraz y asesino ideológico que
justifica crímenes atroces, delitos censurados y actos violentos subyugando a
la mujer y sublevando al hombre desde la hegemonía masculina en el control
social de lo femenino como un mecanismo social que anula, silencia e impone su
fuerza bajo estadios de violencia” (Rico, 1996).
Aunque
siendo histórica, la violencia contra la mujer ha sido legitimada en las
últimas décadas pasando por diferentes conceptualizaciones para su abordaje. En
primera instancia fue reconocida como problema de orden doméstico, por lo que
se consideraba privado y sin repercusión; se conceptualizó como violencia de
pareja, que más adelante se convertiría en violencia intrafamiliar (Gomez, C.,
et all, 2013). De esta forma se catalogó como parte de la privacidad de una
familia, ergo vida íntima de la mujer.
Bajo
esta categorización se muestra como el mismo sistema patriarcal disfraza algo
que por humanidad nos pertenece, el derecho a la vida y la dignidad en ella,
por ende, la dignidad no se encuentra en un hogar donde la mujer es maltratada,
tal vez porque siempre hay cargas que definen la culpabilidad del maltrato en
ellas mismas, lo que lleva a inferir lo absolutamente penoso y humillante que
se vuelve narrar los episodios de violencia intrafamiliar en voz en alta. De
esta forma y obligadas al silencio, que evita el señalamiento y la búsqueda de
culpa propia, el silencio fue durante siglos la mejor arma de subsistencia y
perpetración del machismo.
Más
adelante, se pone sobre la mesa de la legalidad del término, respecto a la
violencia contra la mujer, el concepto “problema de orden social”, el cual se
define bajo la afectación o amenaza de un gran número de sujetos pertenecientes
a un mismo grupo social (Ferrer y Bosch, 2007); desde la sinergia de los
conceptos y la transversalización de los mismos, se descubriría este tipo de
“violencia privada” como problema de salud pública, bajo la afectación
purulenta que encausa una gran porción de mujeres en el mundo; pasa a ser
reconocida como problemática social que ataca todas las esferas de desarrollo de
las naciones y trasgrede el sano cumplimiento de sus derechos, es desde allí
que cambia de norte lo entendido por violencia contra las mujeres y genera
nuevos movimientos feministas, que bajo orden social, se renuevan y repiensan
con voces menos ocultas y más fuertes.
Históricamente
la mujer ha sido discriminada y rezagada a falta de oportunidades por
desigualdad de trato, su lugar ha sido la subordinación a causa de derechos
que, en papeles, hasta hace algunos años puede tener, logrando su agitación en
diversos espacios de desenvolvimiento, como el trabajo, la academia y el hogar,
siendo este el mayor nicho de su reproducción.
Aunque
cada vez se suman nuevos decretos y leyes que propenden por la libertad, la
equidad y el buen trato, enfrentadas a la realidad se vislumbran un sinfín de
violaciones de derechos hacia ellas, así como mujeres silenciadas, bien sea por
voluntad, o por obligación desdibujando un panorama real de violencia.
Según
cifras de mujeres denunciantes, aunque no en su totalidad, se presentan números
alarmantes de violencia en países latinoamericanos durante las últimas décadas,
los cuales evidencian la violencia intrafamiliar como la más recalcitrante en
estos términos; como lo muestra Lisseth Páez, en un estudio realizado a
principios del tercer milenio
Costa
Rica tiene una de cada dos mujeres siendo víctima de agresión por parte de su
pareja; en Puerto Rico, el 50 % de las mujeres víctimas de homicidios o
asesinatos mueren en manos de sus ex -esposos o esposos actuales; en México el
61% de las amas de casa son golpeadas por su pareja, mientras que en Argentina
esto ocurre a una de cada cuatro mujeres, en Chile a un 80 % de las féminas y
en Ecuador a un 68% aproximadamente (2011).
Siguiendo
lo anterior, Alicia Bárcena, en la intervención realizada en la XIII
Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe realiza un
análisis minucioso de la violencia en todo el territorio latinoamericano y del
Caribe; con cifras desmembrantes nombra prácticas de feminicidio en nuestro
continente y lo advierte como “la expresión más extrema de la violencia contra
las mujeres. Ni la tipificación de delito, ni su visibilización estadística han
sido suficientes para erradicar este flagelo que nos alarma y horroriza cada
día” (CEPAL, 2018); de esta forma presenta datos de feminicidios ocurridos en
2017, donde 2795 mujeres fueron asesinadas por el simple hecho de ser mujeres.
Así
mismo y haciendo más evidente las cifras escabrosas de los últimos años, nos
muestra el detalle de algunos países de Latinoamérica:
la
lista de feminicidios la lidera Brasil (con 1.133 víctimas confirmadas en
2017). No obstante, si se compara la tasa por cada 100.000 mujeres, el fenómeno
alcanza una extensión en El Salvador que no encuentra paralelo en otro país de
la región: 10,2 feminicidios por cada 100.000 mujeres. En 2016, Honduras
registró 5,8 feminicidios por cada 100.000 mujeres. En países como Guatemala,
República Dominicana y Bolivia también se observaron altas tasas en 2017,
iguales o superiores a 2 casos por cada 100.000 mujeres. Solamente Panamá, Perú
y Venezuela registran tasas inferiores al 1,0 en la región (CEPAL, 2018).
Para
Colombia el panorama no es más alentador, según investigaciones realizadas por Gómez,
Murad y Calderón (2013), basadas en encuestas nacionales, el aumento de la
violencia física contra la mujer es preocupante, del 18,8 % denunciado en 1990,
pasa a un 37% en el año 2010. “En 1990 el porcentaje de mujeres víctimas era
del 8,8 % y en 2010 del 9,7 % esto sin tener en cuenta las agresiones diarias a
las que son expuestas fuera de su hogar” (Gómez et al, 2013: 14).
Por
otro lado, y con cifras más cercanas, a nuestro tiempo se encuentra el informe
de SISMA, el cual muestra que “en el año 2016 se realizaron 172 exámenes médico legales por homicidios perpetrados por el presunto
agresor pareja o ex pareja. De estos, 128 correspondieron a mujeres, es decir,
el 74,42% del total, y 44 a hombres, es decir el 25,58%. Esto representa una
relación mujer a hombre de 3/1 aproximadamente” según este informe, por lo
menos una mujer fue asesinada por su pareja o ex pareja
cada 3 días. De 2015 a 2016 se observa un incremento de 12,28% de mujeres
víctimas al pasar de 114 casos reportados en 2015, a 128 en el 2016 (SISMA,
2017: 1- 8).
Lo
anterior evidencia la violencia contra la mujer en el primer filtro violento y
cercano, su familia, expresada por parejas o exparejas sentimentales o de
relación íntima quienes las agreden de mil formas; es en este espacio por
excelencia que se da la anulación de sus derechos y el aumento de su
vulneración.
Por
otro lado, a nivel global de la problemática, expresada desde lo general –
público, o lo individual – privado, se vislumbran diversos retrocesos que
truncan el desarrollo de las naciones, por tanto, irrumpe en obligatoriedad y
cumplimiento de derechos humanos y de la libertad coartada que su
incumplimiento representa.
Si
hablamos en términos de paz, no podemos desconocer este tipo de sucesos que se
naturalizan bajo el machismo ectópico atenuado en países latinoamericanos. En países
como Colombia, en pleno proceso de paz, turban objetivos pacifistas al seguir
enfrentando a la mujer con la agresión sumisa y silenciosa, enfrascada en la
discriminación y la desigualdad, obviando la violencia contra ellas al
estandarizarla con las implicaciones de la violencia general. Sin embargo, es
hasta el proceso de paz del gobierno Juan Manuel Santos que se da atención
especial a las mujeres y sus derechos, incluyéndolas en la planificación de los mismos.
De
otra parte, aún en pleno siglo XXI, estadísticamente demostrable, los salarios,
las oportunidades, las convocatorias y un sin número de espacios que pueden ser
manejados tanto por hombres y mujeres, siguen legitimados bajo exclusividad
masculina, negando oportunidades de reconocimiento y equidad en sociedades tan
desiguales como la sociedad colombiana.
Así
mismo, la violencia contra la mujer ocurrida con tal frecuencia en espacios
familiares, laborales, educativos se sumerge en la cotidianidad que se asume
con total naturalidad no siendo notoria a la voz de un país, de tal forma se
ubica como problemática “poco grave” comparada con un sin número de dinámicas
violentas guerreristas que convocan al general de la nación colombiana. Se
desconocen o difuminan en el plano abierto noticioso del país, asesinatos a
lideresas sociales quienes cargan como espada la palabra y el discurso defensor
de los derechos de la mujer; se banalizan las demandas en pro de sus derechos y
se siguen permitiendo amenazas, homicidios, atentados, exilios y un sinnúmero de
actos vulgares y violentos que deben soportar a diario por no callar, desde la
intimidad de su hogar, hasta amplios escenarios como el político, social,
laboral y el académico.
Por
lo anterior, se pone en el escenario cotidiano de la vida, la necesidad de la
denuncia, la necesidad de nuevas y mejores políticas públicas que defiendan los
derechos de las mujeres, quienes por tantos años han sido cosificadas y
vulneradas; si bien es cierto las dinámicas legales que sancionan los crímenes
contra ellas han cambiado en las dos últimas décadas en países
latinoamericanos, tipificándolo como feminicidio u homicidio agravado por razones de
género "Costa Rica (2007),
Guatemala (2008), Chile y El Salvador (2010), Argentina, México y Nicaragua
(2012), Bolivia, Honduras, Panamá y Perú (2013), Ecuador, República Dominicana
y Venezuela (2014), Brasil y Colombia (2015), Paraguay (2016) y Uruguay (2017)”
(CEPAL, 2018) también es cierto que hacen falta castigos más severos atenciones prioritarias, así como elementos
necesarios que se asuman en responsabilidad de la mujer y que obliguen al
cumplimiento certero de esas leyes que en muchos momentos se quiebran ante el
papel.
Es
urgente entender que como lo plantea Alicia Barcena “todas las formas de
violencias que afectan a las mujeres están determinadas, más allá de su
condición sexual y de género, por diferencias económicas, etarias, raciales,
culturales, de religión, y de otros tipos” (CEPAL, 2018) son atravesadas por la
educación; las mujeres no han sido educadas con voces altas, desde sus propios
hogares se instauró el discurso de la mujer de los oficios, la mujer entregada
a la iglesia, la mujer que no trabaja, porque las amas de casa no trabajan,
simplemente cumplen la obligación de mantener el hogar y los niños en orden,
pero sobre todo, la mujer con total estado de sumisión.
Por
ello, pensamos en la importancia de trabajar la violencia desde nuestros
espacios y alcance. Como profesoras de Comunicación Gráfica, nos planteamos las
siguientes preguntas: ¿cuál es el papel de la comunicación gráfica en la
construcción del género? ¿cuáles han sido las principales formas de
representación? Y más importante ¿qué elementos entran en juego a la hora de
producir imágenes?
2. Materiales y
métodos
Para
responder estas preguntas se hizo una revisión documental sobre la relación
entre comunicación gráfica y representación del género. Además, se hizo una
breve observación de comerciales televisivos emitidos por canales como RCN,
Caracol y canales infantiles estableciendo los espacios asignados a las
mujeres, así como los roles y representaciones.
3.
Resultados
La
posmodernidad se caracteriza por el dominio de la imagen en las culturales
globales. Los medios de comunicación masivos, internet, redes sociales han
hecho que en la actualidad tenga más fuerza lo que vemos que lo que oímos o
leemos. Sin embargo, y como afirma Mirzoeff (2003), no por enfocarse en uno de
los cinco sentidos es una cultura pobre. Hoy lo visual se construye y se vuelve
un acontecimiento visual donde la imagen (estática o en movimiento) se define
en la interacción con el espectador, y no es su construcción; es decir, no
juega un papel de transmisión de información, sino que carga en sí misma una
serie de elementos de representaciones, significados, sentimientos, etc; de
modo que el texto visual se vuelve parte fundamental de la transmisión y formación
de y en valores de la sociedad.
Unos
de los elementos principales para esta actividad ha sido la publicidad. La
misma se ha caracterizado por ser un agente de conformación social, ya sea
porque ha posicionado ideales, estéticas, modas, como también por los valores y
estilos de vida que ha difundido por encima de los otros (Mendiz-Noguero,
2010). Basada principalmente en el interés económico, la publicidad ha avanzado
en deterioro de los valores sociales, instalando estereotipos en el imaginario
social, alejándose cada vez más de una ética social . Desde una perspectiva
gráfica, la publicidad se ha enfocado en la estética cuyo objeto es la belleza,
y lo bello como esencia se aleja de lo bueno, lo verdadero, lo útil (Trías,
1949).
La
publicidad es uno de los elementos gráficos, más no el único. La imagen como
simple ícono también se riñe a la estética de turno, y tiene una función
social, ya que es ella la que:
mora
en el pensamiento colectivo del grupo social, [e] indica las características
sobre el asentamiento humano, especialmente: su cosmogonía, sus creencias, su
percepción del mundo como identidad visual uniforme, y ello se da si fue
establecida por el grupo dirigente. (Bermúdez-Castillo, 2010).
La
mención del autor sobre la clase dirigente, refiere a que como muchos campos
(grandes medios de comunicación, el sector económico, y otros), el campo de la
comunicación gráfica, también posee una estética hegemónica que se establece
como un acuerdo tácito de lo bello y apto para la sociedad. Si bien el común de
las personas tiene acceso a las herramientas de creación visual, como la
fotografía, los estereotipos y filtros específicos, hacen necesario el
pensamiento crítico en la creación de estas. Jóvenes pueden generar fotografías
que representan su personalidad, desde un código estético y con elementos o
clichés de la época. Fotografías desde ángulos específicos, aplicación de
filtros y otras variedades de desvirtualizaciones. En contraste, el comunicador
gráfico tendrá un nuevo reto. Para ellos el texto visual es “una forma de
tratar a un discurso que ya era intencionado aún antes ser tratado visualmente”
(lenguaje). Deberá, por tanto, comprender el contexto social y los valores que
se colocan en juego, mediando entre lo que se debe y lo que no, lo que se
quiere transmitir y lo que no, atendiendo a las creencias de la sociedad
moderna.
La
comunicación gráfica interfiere en la representación del género. El género es
un término que ha tomado relevancia en los últimos años. Por todos lados se
escucha “violencia de género”, “ideología de género” y un sinfín de términos
nuevos que desvirtúan lo que este realmente es. En su mayoría, la sociedad
asume que el término refiere a una diferencia biológica entre macho y hembra,
en el caso humano, hombre-mujer. Sin embargo, esta simplificación se supera día
a día en la cotidianidad y en la academia.
Desde
1996 Joan Scott propone el género como una construcción social fuertemente
condicionada por las relaciones de poder en beneficio de la ideología
dominante. Esta construcción, comienza en la diferenciación biológica, pero se
refuerza y complementa en el sistema cultural particular. No es lo mismo ser
mujer en Europa, que en la sabana africana. Cada cultura asigna un espacio
social a cada género, y con ello funciones y roles específicos. Para ello se
vale de diferentes elementos como los símbolos culturales, las estructuras
sociales y los conceptos normativos (Scott, 1996) que propenden una transmisión
para el buen funcionamiento del grupo social.
En
el caso de las mujeres, la sociedad capitalista ha determinado una función
necesaria para su beneficio: son mano de obra productiva y reproductiva. Esto
refiere a una incorporación laboral de las mujeres al sistema, pero también a
una tarea de multiplicación de individuos, así como de transmisión de valores
para la formación de la fuerza productiva. Por tanto, mientras crecen los
espacios laborales de las mujeres fuera del hogar, lo cierto es “la esfera del
trabajo doméstico no se da salto tecnológico alguno que reduzca de modo
significativo el trabajo socialmente necesario para la reproducción de la
fuerza de trabajo” (Federici, 2014, pp. 41), aun cuando se abren las puertas,
las mujeres acceden a actividades propias del cuidado como aseo, lavandería,
cocina. Así, los cuerpos del género, desde el punto de vista biológico y
social, no son lo que vemos, sino “construcciones simbólicas pertenecientes al
orden del lenguaje y de las representaciones” (Lamas, 2000, pág. 4), ambos
elementos en la formación de los símbolos culturales disponibles y provienen de
la asignación de significados a los cuerpos de las mujeres y de los hombres. Es
decir, “son el resultado de una producción histórica y cultural, basada en el
proceso de simbolización; y como “productores culturales” desarrollan un
sistema de referencias comunes” (Bourdieu citado por Lamas, 1999, pp. 4). Estas referencias se instalan en las
sociedades delimitando el accionar de hombres y mujeres.
En
la sociedad colombiana actual, aunque cuestionado, el papel de las mujeres en
las actividades del hogar prima de manera desigual. Pero es de esperarse,
frente a las representaciones que de mujeres se encuentran en los grandes
medios de comunicación. Analizando elementos como la publicidad es fácil
encontrar una tendencia a replicar el discurso de la fuerza reproductiva de las
mujeres. Si uno colocara las palabras “publicidad detergente Colombia” en un
buscador, entre los resultados de imágenes encontraría más (por no decir solo)
imágenes de mujeres en los comerciales que de hombres. Esta tendencia no solo
sucede en Colombia, en España ya en el 2006 Berganza y Del Hoyo establecían que
los personajes de las publicidades, en un 40% respondían a roles de esposas,
amas de casa y objetos sexuales. No es posible establecer si en Colombia el
porcentaje es el mismo; sin embargo, se pueden mencionar spot publicitarios de
mujeres cantando mientras aromatizan y limpian su hogar, mujeres de diferentes
generaciones comparando detergentes de loza o vecinas comprando detergente de
ropa en la tienda.
Por
otro lado, y en contraste a la mujer del hogar, se representan cuerpos
esbeltos, fuertemente preocupados por una estética irreal de la mujer
cotidiana . Un cuidado excesivo que
juega entre tinturas de cabello, cremas faciales, jabones exfoliantes, fajas
moldeadoras, shampoo, maquillaje. Todos promoviendo un cuerpo de mujeres
ideales. Pero no solo la publicidad actúa como tal, las series televisivas, las
novelas, las revistas, el cine, incluso el comic muestra la mujer de gran
delgadez, pechos prominentes y músculos tonificados. Los medios antes
mencionados generan textos visuales, textos que se basan en una serie de
creencias y valores propios de una cultura y podrán ser interpretados en el
marco de esa cultura y no otra.
4. Conclusiones
Desde
la mirada con responsabilidad social de la comunicación gráfica, y frente a la
incipiente necesidad de romper con los grandes estereotipos comerciales, este
trabajo de violencias y género nos llevó a re-pensar las formas en que
representamos a las mujeres. El aporte desde la gráfica será representar a las
mujeres y las violencias alejadas de los estereotipos promovidos por los medios
masivos de comunicación. Los colores, la ilustración, los gestos deben ser el
resultado de una atención a la comunidad, a las mujeres reales, a los
sentimientos y a una estética alternativa que juega entre la ternura y la
crudeza; entre el abandono y el compañerismo. El color, las imágenes, los
espacios buscarán un atractivo producto que muestre que detrás del lápiz
también existe una mujer que comprende y lucha en contra del sistema. Desde la
gráfica, mujeres se presentan y representan para decir, desde su profesión, que
las mujeres no están solas.
Además,
se hace necesario reflexionar en la academia, el lugar que toma la educación
frente a problemáticas históricas como lo es la violencia de género, buscando
reivindicaciones para con el género, equilibrando la vida y la balanza de la
equidad sexual, entendiendo que los seres humanos, tanto hombres, como mujeres,
son iguales dentro de sus propias diferencias sexuales y que sus derechos,
capacidades y oportunidades deben ser mediadas por estadios de igualdad. Así
mismo, en pro de hacer efectivas las normas legales que promueven la certeza de
derechos de la mujer, entender la diversidad de ellas, comprendiendo las formas
diversas en las que se expresa la violencia contra ellas.
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