La exclusión como punto de partida para plantear la inclusión social
Exclusion as a starting point to propose social inclusion
A exclusão como ponto de partida para propor a inclusão social
1. Fabian Andrey Zarta Rojas, 2. Carlos Germán Juliao Vargas
1. Corporación Universitaria Minuto de Dios-UNIMINUTO,
fabian.zarta@uniminuto.edu,
Bogotá, Colombia,
https://orcid.org/0000-0001-5536-3712
2.Universidad Javeriana,
cgjuliao@gmail.com,
Bogotá, Colombia,
https://orcid.org/0000-0001-5536-3712
Recibido: 10 de abril 2023 Aceptado: 23 de agosto de 2023
Para citar este artículo | To cite this article | Para citar este artigo:
Zarta, F. y Juliao, C. (2023). La exclusión como punto de partida para plantear la
inclusión social. Inclusión y Desarrollo, 10(1), pp. 49-62.
Resumen
El presente artículo propone la revisión del anverso de la inclusión social con el fin de comprender de forma más profunda las porosidades o alternativas existentes para plantearla; por ello, resulta interesante repensar el lugar teórico-práctico de la exclusión desde sus modelos y formas políticas. El método que se utilizó para desarrollar esta reflexión fue el deconstruccionismo como modo de dotar de un nuevo sentido un concepto a partir de la revisión de sus diversos elementos. Si la exclusión es un problema social que debe preocupar en las sociedades occidentales, también se debe reconocer que los procesos que la generan conciernen a todos y, en ese sentido, se debe continuar con la reflexión y la implementación de acciones que permitan, cada vez más, acortar esas brechas que la violencia ha generado a lo largo de la historia sociopolítica del continente.
Palabras Claves: : exclusión; inclusión social; Occidente; pobreza; desigualdad
Abstract
This article proposes the revision of the obverse of social inclusion in order to understand in a deeper way the porosities or alternatives that exist to approach it; therefore, it is interesting to rethink the theoretical-practical place of exclusion from its models and political forms. The method used to develop this reflection was deconstructionism as a way of giving a new meaning to a concept by reviewing its various elements. If exclusion is a social problem that should be concern in Western societies, it should also be recognized that the processes that generate it concern everyone and, in this sense, it is necessary to continue with the reflection and implementation of actions that allow, increasingly, to shorten those gaps that violence has generated throughout the socio-political history of the continent.
Keywords: exclusion; social inclusion; West; poverty; inequality
Resumo
Este artigo propõe uma revisão do reverso da inclusão social para entender con maior profundidad as porosidades ou alternativas existentes para abordá- la; por isso, é interessante repensar o lugar teórico e prático da exclusão a partir de seus modelos e formas políticas. O método utilizado para desenvolver esta reflexão foi o desconstrucionismo como forma de dar um novo significado a um conceito por meio da revisão dos seus diversos elementos. Se a exclusão é um problema social que deve preocupar as sociedades ocidentais, também se deve reconhecer que os processos que a geram dizem respeito a todos e, nesse sentido, é necessário continuar com a reflexão e a implementação de ações que permitam, cada vez mais, reduzir as lacunas que a violência gerou ao longo da história sociopolítica do continente.
Palavras-chave: exclusão; inclusão social; Ocidente; pobreza; desigualdade.
DOI del artículo: https://doi.org/10.26620/uniminuto.inclusion.10.1.2023.49-62
Introducción
L
a exclusión es uno de los conceptos que, en la literatura de las humanidades y las ciencias sociales, es objeto
de cuestionamientos y críticas. Hoy es muy popular junto a su antónimo, la inclusión. Ambos aparecen como
nociones esenciales. Preferido por algunos sobre conceptos como pobreza o empobrecimiento —porque va
más allá del simple análisis económico— y rechazado por otros porque les parece un ocultamiento de las
desigualdades socioeconómicas estructurales, la exclusión sigue siendo una noción que la mayoría de los autores
consideran vaga, imprecisa y llena de trampas (Castel, 1995; Roy y Soulet, 2001). Escribir sobre este tema
equivale, por tanto, a caminar por terrenos minados y, mucho más, pretender educar o generar conocimiento
y aprendizajes en torno a ello, pues no se trata solo de transmitir conceptos o teorías, sino también de crear e
innovar (Dueñas, 2021). Sin embargo, siguiendo el ejemplo de Châtel y Soulet (2001), Clavel (2000) y Thomas
(2022), revisar el concepto de exclusión conduce a renovar la forma de abordar la cuestión social, sobre todo
los conceptos de pobreza y desigualdad social, en un contexto socioeconómico en evolución.
Este texto constituye, por un lado, un proceso de síntesis documental circunscrito a los países occidentales, lo
que lo hace parcial, y, por otra parte, se orienta sobre los vínculos que existen entre la exclusión y la impotencia
para actuar —desempoderamiento— como efecto importante, lo que lo hace también parcial.
En primer lugar, el presente artículo se propone situar la exclusión en relación con los conceptos de pobreza
y desigualdad social. En segundo lugar, presenta los diversos ángulos de análisis presentes en la literatura
consultada. En tercer lugar, hace una síntesis de los principales modelos sociológicos para comprender los
procesos de exclusión. Y, en último lugar, destaca algunas consecuencias de la exclusión en el ámbito individual
argumentando que la acción colectiva de las personas directamente afectadas por la exclusión sería un camino
privilegiado para abordar esta problemática.
Como se puede observar, el estudio de la exclusión se puede complejizar desde un punto de vista alternativo;
es decir, desde el estudio de la inclusión social. En ese sentido, es importante plantear, como lo propone Derrida
(2020), una deconstrucción de la palabra como metodología para dotarla de un nuevo sentido; en otras palabras,
la deconstrucción abre el camino para generar un nuevo pensamiento mediante la crítica de un cúmulo de
contradicciones lógico-discursivas que permite disminuir o colaborar con las grietas que existen entre un término
y su significado (Borges de Meneses, 2013).
Por lo anterior, resulta interesante estudiar el termino exclusión como vía para “incomodar” a los autores,
pensadores, corrientes y afirmaciones teóricas sobre la inclusión social. Entendemos aquí incomodidad en el
sentido de Spivak y Giraldo (2003): lograr una movilización de todas las estructuras de pensamiento y formas
de acción hegemónicas. Bajo este presupuesto, mediante una reflexión desde un punto de vista alternativo,
esta revisión pretende proporcionar una nueva forma de entender la exclusión como camino para complejizar
la inclusión social.
Ahora bien, ¿cuál es la equidistancia entre inclusión y exclusión —tomando las dos en un sentido social—? Ambos
conceptos tienen una amplia tradición en las ciencias sociales y una valorización reciente, aunque significativa,
para el análisis de las políticas públicas. La inclusión hace referencia a la búsqueda incansable de una vida digna
para las poblaciones que se han visto segregadas por factores históricos, sociales, económicos y políticos,
mientras que la exclusión alude, sobre todo, a la falta de participación de individuos o grupos en la vida social y
política de un territorio. La cuestión, entonces, no se limita a generar inclusión social en todo el mundo (lo que
se limitaría a una exegesis conceptual sin explorar alternativas de solución ante la exclusión porque hay cierta
falta de flexibilidad conceptual cuando se usa la distinción en contextos sociales complejos).
En las sociedades de hoy existen prácticas sociales diversas que generan paradojas ineludibles y que se tornan
invisibles cuando se recurre al binomio inclusión/exclusión en su forma estática al punto en que se hace necesario
analizar qué rasgos de inclusión hay en la exclusión y qué factores de exclusión persisten en la inclusión.
Si se sigue la línea de pensamiento que se cuestiona, estudiar la exclusión sería una vía alterna para seguir
considerando otros espacios de la inclusión desde su antónimo, desde su opuesto discursivo —pero perteneciente
a la misma problemática social—. De todas formas, con la presente reflexión no se busca agotar el horizonte
analítico de la cuestión, sino abrir nuevos espacios para comprender, desde otros puntos de enunciación, tanto
la exclusión como la inclusión. En razón de ello, se hará una exploración, ante todo, de la exclusión, seguido de
una apuesta por ver qué tiene por aportar la exclusión al concepto de inclusión social en nuestros días.
Exclusión, pobreza y desigualdad social: conceptos independientes pero relacionados
Primero hay que destacar que las semejanzas y desemejanzas entre los conceptos de exclusión, pobreza y
desigualdad social dependen mucho del paradigma epistemológico en el que se sitúen los autores, así como de
la consideración de las dimensiones en los análisis. Así, aunque algunos conciban el análisis de la pobreza y la
desigualdad social como algo objetivo —fenómeno más medible que el de la exclusión—, el examen de la literatura
reciente revela una realidad diferente. En efecto, el carácter dinámico y multidimensional del fenómeno de la
pobreza es abordado en general en todos los escritos, tanto en el plano social como en el cultural y el político.
Ello lo sitúa mucho más allá del ámbito económico (número de pobres, umbral de pobreza, etc.).
Afirmar que han aparecido “nuevas formas de pobreza” o que la pobreza ha cambiado de rostro es hoy un lugar
común. En este punto, los autores coinciden en que hay cambios sociales y económicos en las sociedades actuales
que se traducen en nuevas formas de pobreza y en una expansión de las poblaciones afectadas; es lo que otros
llaman exclusión. De tal modo, para unos, dicho concepto de exclusión representa un cambio en el fenómeno de
la pobreza; para otros, una variación semántica que señala lo que ocurre en las sociedades, y, para otros más,
un nuevo fenómeno social, pero asociado a la pobreza. Notablemente, para Thomas (2022), la exclusión tiene
que ver con varios fenómenos de pobreza, pero cambia el punto de vista del observador de lo económico a lo
sociológico, pasando de una lógica de umbrales a una de acumulaciones.
El proceso general de empobrecimiento da como resultado “nuevas caras de la pobreza”, es decir, formas de
pobreza que afectan a sectores de la población que hasta ahora se habían librado de ella (Fontan, 1997). En este
sentido, el empobrecimiento sería testigo de cambios sociales, económicos, políticos y culturales, tanto como
la exclusión. Los dos conceptos —pobreza y exclusión— llevarían a pensar en términos de privación y/o carencia,
pero sobre todo de exclusión de los procesos normativos de la vida en sociedad.
Es interesante notar que, mientras la noción de pobreza suscita más una reflexión sobre la sociedad desde una
perspectiva vertical y estratificada (clases sociales, jerarquía social, pirámide social, etc.), el concepto de exclusión
En las sociedades de hoy existen prácticas sociales diversas que generan paradojas ineludibles y que se tornan invisibles cuando se recurre al binomio inclusión/exclusión en su forma estática al punto en que se hace necesario analizar qué rasgos de inclusión hay en la exclusión y qué factores de exclusión persisten en la inclusión.
se sitúa más en términos de un análisis horizontal (dentro/fuera, incluido/excluido, propietario/no propietario,
etc.). Esta es la diferencia central entre los dos conceptos: la pobreza representa un “empuje” hacia abajo, mientras
que la exclusión representa un “empuje” hacia afuera, en un movimiento centrífugo más que descendente. Tal vez
es Alain Touraine quien mejor traduce este cambio de perspectiva, evocando el advenimiento de una sociedad
dual donde ya no es el lugar jerárquico ocupado por un individuo o un grupo social lo que cuenta, sino su posición,
ya sea en el centro o en la periferia, como lo recuerdan Casado y Bergalli (1994).
Castel (1997) señala que la exclusión no plantea realmente el problema de las desigualdades socioeconómicas
al indicar que ser todos incluidos no significa ser todos iguales. Al abordar el tema de la dominación, agrega que
ser dominado tampoco significa ser excluido. La exclusión se sitúa, por tanto, en otro registro de análisis, con un
alto riesgo de enmascarar las desigualdades sociales y económicas. Este análisis dual recuerda al que aboga por
la eliminación de la clase media mediante la ampliación de la brecha entre ricos y pobres. “Ricos contra pobres” e
“incluidos contra excluidos” estarían así bajo un único y mismo análisis de las transformaciones de las sociedades
occidentales.
Para informar sobre los cambios en el trabajo en el ámbito social y económico —ya sea la crisis de la sociedad
asalariada y el modelo del Estado providencia, o la erosión del vínculo social—, ciertos académicos estadounidenses
subrayan la aparición de una subclase (Schecter y Paquet, 2000). De tal modo, además de las persistentes y
crecientes desigualdades sociales entre clases sociales, se está creando una “subclase” entre la población.
Si bien parece claro que la privación económica es parte de casi todas las formas de exclusión —si no de todas—
(Castel, 1994), la pobreza solo aparece como uno de los componentes de la exclusión. Vista así, la exclusión
representaría una categoría más amplia que la de pobreza y no una categoría distinta, situada en una relación más
horizontal que vertical. Mientras la pobreza abre el camino para cuestionar el modelo de organización económica
—aunque no solo eso—, la exclusión cuestiona más los modelos de organización social y política y el universo de lo
simbólico; en particular, las cuestiones sobre la identidad y el “valor” de los individuos que componen la sociedad.
De ahí su dimensión más subjetiva que la de pobreza
Cualquiera que sea el concepto adoptado, los peligros acechan a quien desea comprender mejor los procesos
y/o el estado de exclusión. Uno de esos escollos sería insistir solo en los caminos individuales y descuidar así
los procesos macroeconómicos, sociales, políticos y culturales y, sobre todo, la relación dialéctica dinámica que
vincula a las personas con su entorno.
Ahora bien, ¿bastará, como meta de inclusión, un programa de lucha contra la pobreza, las desigualdades
y la exclusión social organizado sobre la base de los tres pilares que señala la CEPAL (2008)? Dichos pilares
corresponden a los siguientes: (a) un alto desarrollo económico, sostenido y de calidad; (b) políticas sociales sobre
fuertes inversiones en capital humano y la distribución equitativa de los frutos de dicho crecimiento y (c) voluntad
política, fortalecimiento de las instituciones democráticas y acuerdos para progresar en el camino del desarrollo.
Definiciones y ángulos de análisis del fenómeno de la exclusión
La exclusión representaría una acumulación de rupturas o carencias1 —como antes la pobreza— no solo en
el ámbito material y económico, sino también de las relaciones sociales (vínculos sociales, redes, sociabilidad) y
de la participación en los mecanismos políticos que rigen la convivencia (formas de organización social, política,
económica, cultural, etc.). La exclusión puede analizarse desde varios ángulos y con diversos acentos, desde lo
psicológico hasta lo macrosocial. Roy y Soulet (2001) proponen un desglose de la literatura en cuatro conjuntos
para situar mejor la perspectiva de análisis de los diferentes modelos, procesos y trayectorias que se presentarán
más adelante:
a. La exclusión como relación de poder entre grupos: los incluidos o integrados defenderían un territorio
físico, simbólico, ideológico y cultural llamado “normal”, del cual serían rechazados los individuos
atípicos. Sería a través de un proceso de etiquetado y estigmatización que desvaloriza al otro que
se produciría la exclusión. Según esta perspectiva, la exclusión se traduciría en relaciones negativas
tanto con el espacio físico, social, económico, político y cultural como con los actores que ocupan estos
espacios (Lascoumes, 1994).
b. La exclusión como expresión del declive de la sociedad de trabajadores: los cambios en la sociedad asalariada
traen consigo un cuestionamiento de la cohesión social, así como una erosión, incluso una ruptura,
del vínculo social (Helly, 1999). En las sociedades occidentales, el trabajo sigue siendo el mecanismo
más poderoso de integración social. Estar excluido de él provocaría un distanciamiento del sistema
productivo y de consumo y, en últimas, un enrarecimiento de lo proximal (familia, grupo profesional,
etc.) y secundario (asociaciones, partidos políticos, redes sociales).
c. La exclusión como efecto de los problemas identitarios del individualismo actual: aquí se cuestiona
la dimensión simbólica de la exclusión debido a la imposibilidad de que quienes no participan en
actividades económicas (producción y consumo) se identifiquen con un rol social o profesional, pues
dichas actividades son fundamento del reconocimiento social actual. Las personas que no pueden (o ya
no) registrarse en los intercambios simbólicos normativos estarían en los márgenes del mundo social.
El individuo sería así estigmatizado por su incumplimiento de las expectativas sociales (Roy y Soulet,
2001). Anderson y Snow (2001) representan esta corriente que viene del interaccionismo simbólico.
d. Exclusión como resultado de la globalización de la economía capitalista: en esta comprensión se destaca lo
macroestructural. La exclusión sería una reacción de los individuos y las comunidades a la liberalización
de los mercados, la apertura de las fronteras y la racionalización de los excedentes. Además de buscar
el máximo beneficio, se invoca la cuestión de la robotización y el desplazamiento de puestos de trabajo
hacia el sector terciario para explicar lo laboral en las sociedades industriales (menos puestos de
trabajo, peores condiciones, salarios más bajos o irregulares, etc.). También se tiene en cuenta la crisis
de los modelos de Estado, que se perciben como obstáculos al libre mercado, pues crean rigideces.
Asimismo, la globalización capitalista de la economía aceleraría el proceso de exclusión, no solo en
términos económicos, sino también de participación en la vida colectiva y democrática (Roy y Soulet,
2001)
Tras este análisis, es posible afirmar que los procesos que conducen a la exclusión se sitúan en una dinámica
dialéctica que combina determinantes macro (estructuras sociales, políticas y económicas, modelo de Estado,
etc.) y micro (reacciones individuales ante el estigma y los marcos normativos impuestos, pérdida de identidad,
etc.). En efecto, los autores divergen en cuanto a la causa central de los procesos observados, que a veces se
sitúan desde el punto de vista de las estructuras económicas, sociales, culturales y políticas, y a veces desde el
de la dificultad o la incapacidad de los individuos para adaptarse. Es posible creer, siguiendo el ejemplo de Clavel (2000), que están en juego varios niveles, campos y posibilidades de trayectorias para comprender mejor la
exclusión, sin identificar un nexo causal único
En ese orden de ideas, puede que la dinámica entre macro y microprocesos sea lo que permita obtener una
comprensión más exhaustiva de las diversas formas de exclusión —aunque cada polo de análisis merece especial
atención—, así como un análisis cuidadoso de los contextos de aplicación y los tipos de poblaciones afectadas
—aunque se pueden sacar ciertas constantes a la luz—.
Proceso de exclusión: modelos, vías y trayectorias
Los autores interesados en la exclusión han presentado varios modelos. A continuación, se revisan los cinco
considerados como referentes por ser los más completos en términos explicativos y los que mejor pueden ayudar
a situar, de modo alternativo, la problemática de la inclusión social.
a. La desafiliación según Castel (1994, 1997): para este autor, la exclusión se deriva de un doble proceso
de abandono: en el eje laboral y en el eje relacional —ruptura del vínculo social—. Su obra sugiere
una visión matizada del fenómeno de la exclusión, en el que no solo hay incluidos o excluidos, sino
también “situación de precariedad” para algunos. Su explicación revela tres áreas principales: i) zona de
integración, que abarca la relativa estabilidad y autonomía que implica un trabajo satisfactorio, así como
relaciones sociales enriquecedoras (familia, amigos, red social, etc.); ii) zona de desafiliación, referida a
máxima turbulencia y dependencia, pues ya no hay vínculo, ni en el eje laboral, ni en el eje relacional —
que puede resultar en particular en el aislamiento social—, y iii) zona de vulnerabilidad —o precariedad—,
que se ubica en la unión de las otras dos y es la central desde el punto de vista de la intervención por
realizar.
Es sobre esta zona gris, que se va ampliando poco a poco, desde donde se debe interrogar para
comprender los mecanismos económicos y sociales que llevan a la desafiliación. Esto permite cuestionar
los modelos organizativos de la sociedad actual que conducen a crecientes vulnerabilidades, bien sea
que se piense en el aumento del desempleo de larga duración, la crisis salarial, la precariedad del empleo
(a tiempo parcial, por contrato, por cuenta propia, estacional, etc.) o la transformación de los patrones
de relación (cambio de estructuras familiares, monoparentalidad, individualismo social, pérdida de
las redes vecinales tradicionales). Para Castel, el interés debe centrarse en los procesos que están
aguas arriba de la exclusión, especialmente en la zona de vulnerabilidad como espacio estratégico de
intervención —más que en la de desafiliación, donde el mal ya está hecho—.
b. La descalificación según Paugam (2007): partiendo del empleo como elemento principal de la integración
normativa de los individuos en la sociedad, Paugam se centra en los receptores de la asistencia social
para mostrar las etapas del microproceso que conduce a la descalificación social. El proceso empieza
con una etapa de debilitamiento —condiciones de vida precarias—, referida a que los individuos retrasan
el uso de los servicios sociales por temor a caer en un sentimiento de inferioridad social. Estarían, en
esta etapa, “aprendiendo sobre la descalificación social”. Luego, entrarían en una etapa de ayudantía,
aceptando su nuevo estatus de dependencia de profesionales e instituciones, pasando de la negativa a
la aceptación de instalarse en tal puesto y cambiando a veces incluso a la reivindicación. Paugam señala
que, en esta etapa, las personas se asemejan cada vez más a los estigmas que se les atribuyen. La última
etapa, la de la marginalidad o ruptura del vínculo social, sería una respuesta a los estigmas percibidos
y vividos por los individuos que intentarían entonces organizar su vida fuera de la sociedad, sus
instituciones y sus redes para escapar de la estigmatización asistencial. Así, en torno a la construcción
—o deconstrucción— identitaria de los individuos frente a las instituciones, se plantea el modelo de
Paugam.
c. La desinserción según Gaulejac (2005): este modelo se inscribe en la tendencia general del modelo
anterior y apunta al progreso de las poblaciones más excluidas —personas sin hogar—. Aquí se destaca
la importancia de la identidad como factor de integración y, por tanto, de la percepción de uno mismo
como individuo social. Para el autor, sin embargo, la ruptura del vínculo con el mundo laboral no es
la fuente de la dinámica de desintegración, sino que lo serían cuatro momentos: (i) evento que crea una primera ruptura en el vínculo social (pérdida de trabajo, muerte de un ser querido, separación
matrimonial, enfermedad, etc.); (ii) ruptura fundacional que conduce a otras rupturas (por ejemplo:
enfermedad ~ pérdida de trabajo ~ ruptura de redes sociales); (iii) abandono social —retiro gradual
de todas las redes— y (iv) declive del individuo —asociado a la deambulación, en la que todos los lazos
sociales parecen destruidos—. El ritmo que tomaría el proceso dependería de la reacción (resistencia,
adaptación y asentamiento) de los individuos a los eventos que les ocurren (en particular, la reacción al
evento inicial). Se trata de una dinámica relacional entre una dimensión de acontecimiento, consistente
en una serie de rupturas, y otra dimensión psicológica de reacción a dichas rupturas.
d. La exclusión como el final de un proceso de desinserción social según Roy (1995): el término integración2,
asociado a lo “vocacional”, representaría el acceso a un trabajo estable, mientras que la inserción
acompañada del calificativo “social” significaría la adaptación de un medio y unas normas. La integración
se mediría así por la autonomía, la independencia, el control de la propia existencia, la responsabilidad
y la ciudadanía. Para este autor, el término exclusión solo debe usarse para referirse a un estado y no
a un proceso.
Fuertemente inspirado en el modelo anterior, y refiriéndose al mismo tipo de población, Roy visualiza
el proceso de desintegración sobre dos ejes principales: (i) el de rupturas —evocando los múltiples
espacios donde ocurren (económico, relacional o simbólico)— y (ii) el de las reacciones individuales
—que constituyen procesos psicológicos y se resume en tres etapas: resistencia (fase activa de lucha
para contrarrestar los efectos de las rupturas o posible reorganización), aceptación (fase pesimista en
la que se estructura una nueva identidad) e instalación (fase de total resignación en la que el individuo
pierde confianza en sus capacidades, no cree en ninguna solución institucional, sufre un cambio en sus
hábitos y crea un discurso que justifica su situación)—.
Roy añade a este modelo dos factores que influirían en su incidencia: (i) la duración de la ruptura o la
acumulación de rupturas y (ii) los esfuerzos personales e institucionales para resistirla. O sea que las
fases propuestas no constituyen un paso inevitable para llegar a la exclusión En otras palabras, la idea
de que los individuos se dejen deslizar por la pendiente de la exclusión no puede en modo alguno ser
vista como un modelo mayoritario.
e. La exclusión como proceso de cierre según Clavel (2000): la exclusión es un proceso evolutivo,
multidimensional y polimórfico que abarca poblaciones heterogéneas; así sería más fácil identificar
las situaciones de exclusión que a los propios excluidos. Este autor aclara que, si bien la pobreza se
manifiesta en varias situaciones de exclusión, no todas las personas empobrecidas están excluidas, y
no todas las personas excluidas se hallan en una situación de pobreza extrema. El modelo sistémico
que propone incluye cuatro zonas (integración, precariedad, pobreza y exclusión) en las que se juegan
trayectorias individuales y colectivas. Las trayectorias individuales están influenciadas por las historias
personales que gobiernan, hasta cierto punto, las reacciones a los eventos vividos. Entre tanto,
colectivamente, los caminos se ven influidos por procesos estructurales cuyo fondo es el desorden
económico y social que provoca desestabilización y descalificación social, y que conduce a los individuos
a circuitos de encierro. Irónicamente, como señala Clavel, estos circuitos forman parte de los procesos
de exclusión y son, a la vez, las respuestas que las políticas públicas intentan dar a dicho fenómeno.
La zona de integración designa una situación económica y socialmente aceptable ante los estándares
de ingresos, consumo y estilo de vida. La zona precaria representa el carácter incierto, aleatorio o
irregular de los recursos, lo que provocaría una fragilidad que repercutiría en la vida cotidiana, tanto
familiar como social. La zona de pobreza significa la debilidad o insuficiencia de recursos, de donde
resulta la imposibilidad de participar en todos los modos de existencia socialmente reconocidos —
incluido el consumo— y, por lo tanto, remite a un análisis de las desigualdades sociales. En cuanto a
la zona de exclusión, constituye la acumulación de los efectos extremos de las dos zonas anteriores,
combinando tres situaciones: (i) acumulación de situaciones de privación (empleo, ingresos, derechos) y confinamiento en la vida social y económica a espacios “marcados” —es decir, reservados para los
pobres y no reconocido socialmente como válido—; (ii) una relación social simbólica negativa que es,
al mismo tiempo, objetiva —estigmatización desde el exterior— y subjetiva —autoexclusión a través
de la mutación de la identidad personal—, y (iii) ruptura de los lazos sociales tradicionales (ruptura del
trabajo asalariado, lazos familiares, etc.) que desintegran a las personas y conducen a la degradación
social.
Estas tres dimensiones se requieren para definir la zona de exclusión, pero las modalidades de
combinación serían múltiples. Al tratarse de un modelo dinámico, Clavel sugiere que la preeminencia
de una puede repercutir en los demás. En definitiva, los excluidos no estarían fuera de la sociedad,
sino situados en una relación social histórica, cuyo control se les escapa y donde ocupan una posición
específica, lo que plantea la cuestión de la cohesión social. La exclusión constituiría, por tanto, un
proceso centrífugo de diferenciación social.
La exclusión puede analizarse desde varios ángulos y con diversos acentos, desde lo psicológico hasta lo macrosocial. Roy y Soulet (2001)
Propuestas convergentes y principales diferencias
Coincidiendo con Autès (1995), se reconoce que, a pesar de sus particularidades, los modelos presentados
anteriormente confluyen en varios niveles. Ellos abordan procesos compuestos por fases sucesivas que
generalmente comienzan con la precariedad, el debilitamiento y la vulnerabilidad y terminan con la exclusión,
entendida como una forma de salir de los marcos “normales” de la vida en sociedad. Sin embargo, mientras Paugam
(2007) insiste en el proceso de etiquetado y el estatus otorgado por las instituciones, y que tanto Gaulejac (2005)
como Roy (1995) se basan en estrategias para responder a eventos externos y a destinos individuales, Castel
y Clavel enfatizan en los procesos históricos que producen o no cohesión social, en particular, en la crisis del
empleo y la erosión de las tradicionales redes de sociabilidad. Por lo tanto, es en el énfasis en los procesos micro
o macro donde los modelos difieren.
Ya sea que la exclusión se perciba como un empujón hacia los márgenes o como un encierro en los circuitos
asistenciales —lo que podría describirse como un camino secundario—, lo cierto es que representa un fenómeno
complejo y difícil de circunscribir que no puede ser aprehendido del mismo modo según los individuos, lugares,
espacios, tiempos y tipos de sociedades en los que se da. Más bien, entendiendo este fenómeno en el sentido de
un quehacer educativo complejo como lo plantea Santos-Guerra (2017), la exclusión se construye socialmente
y varía según una serie de determinantes que irían desde los modos de regulación social que definen la forma
de concebir y producir el vínculo social hasta el papel que asumen los individuos frente a su inserción en esta
relación social situada.
Las perspectivas más interesantes radican en la combinación de dos grandes ángulos de análisis: (a) los
determinantes macrosociológicos, políticos, económicos y culturales, y (b) los microsociológicos e individuales.
En este sentido, el modelo de Clavel se erige como el más completo, ya que asocia las dimensiones individual y
colectiva y reconoce la multiplicidad de combinaciones posibles en términos de procesos.
Como concluyen Mascareño y Carvajal (2015), sin importar las formas o combinaciones que se hagan de
inclusión y exclusión, dos reflexiones relevantes surgen del análisis: (a) “la individualización de los procesos de
inclusión/exclusión” que se pregunta por “la capacidad de selección de las personas en relación con las opciones
que ellas consideren más apropiadas para la realización de sus planes de vida” y (b) “ los contextos sociales
generales en que los procesos de inclusión/exclusión tienen lugar” y en los que la cuestión central sería “la
capacidad de distintos niveles de organización social de ofrecer tanto un número suficiente de alternativas, como
una adecuada diversidad de ellas, de modo tal que las opciones de las personas sean cubiertas —en profundidad
y amplitud— por la disponibilidad institucional” (pp. 137-138).
Cabe destacar que, si en el análisis de los procesos de exclusión se deben tener en cuenta de modo absoluto
los determinantes macro, así como el rol de quien es excluido, no se puede obviar el rol de “quien la impone
a los demás, aquel que excluye” (McAll, 1995, p. 81). Si las instituciones aparecen en ciertos modelos como
abanderadas de los que excluyen, otros actores sociales (los “incluidos”) —que también parecen formar parte de
los procesos que condenan a las personas a vivir “fuera de las murallas de la ciudad”— a veces se pasan por alto
en el análisis. Por ello, es importante considerar la exclusión como una serie de “relaciones” que existen entre
grupos sociales; relaciones basadas en el género, la edad, la etnia, la raza, etc. que dan lugar a diversas formas de
discriminación. Lo anterior hace que la exclusión sea un proceso que concierne a todos, ya sea como “excluidos”
o “incluidos”
¿En qué punto convergen la exclusión y la inclusión?
Para comprender la forma como se articulan la inclusión y la exclusión, es preferible revisarlo a la luz de la
política y no propiamente desde lo político, o mejor, desde una perspectiva macro y no desde lo microsociológico,
puesto que la política pública forma parte de esta primera visión que afecta, desde luego, la segunda, pero no está
pensada desde la base —como debería ser—, sino que proviene de directrices —en su mayoría, burocráticas—
que persiguen intereses económicos o políticos. Así las cosas, cuando se revisa la historia de la desigualdad y la
pobreza en Latinoamérica, en muchos de los casos esta se remite a consecuencias de las guerras y de las disputas
políticas (Gasparini et al., 2012).
Uno de los efectos de lo que Mouffe (1999) denomina “antagonismo” para hacer referencia a la relación amigoenemigo es que genera brechas o porosidades entre los diversos segmentos poblacionales de la estructura social
de un territorio. De manera clara, habría que decir que discusiones en la superestructura —como lo llamaría
Gramsci (2023)— desencadenan el proceso de exclusión en la base, debido a la hegemonía política y cultural
que pocas veces es batallada por el pueblo mediante actos de resistencia.
En ese horizonte, y ante el daño que han generado los conflictos continentales, los gobiernos se han visto en
la obligación de generar políticas que progresivamente reconstruyan el tejido social para reparar los efectos de
la guerra; de allí nace lo que hoy se conoce como política pública. Desde luego, esta tiene unos objetivos de orden
más políticos como “gestionar los activos del Estado nacional”; sin embargo, es más prudente para la presente
reflexión quedar con la propuesta de Matamoros (2013) que plantea que las políticas públicas son herramientas
para resolver conflictos.
Con base en lo anterior, el Estado sería lo que Zizek (2003) considera el “síntoma” pero, a la vez, brindaría
acciones de recuperación ante la posible enfermedad de la estructura social. El punto de crisis de las políticas
públicas y de la gestión del Estado se encuentra en la efectividad que han tenido o tienen dichas formas de
gestionar el conflicto para intentar acortar las brechas o porosidades que se han gestado desde las guerras en
América. Estas brechas no son más que las distintas formas de exclusión social que, poco a poco, forman parte
del entramado sociohistórico de todo el territorio.
Por su parte, la inclusión ocurre en la base o, dicho de otro modo, es gestionada por la comunidad. Es importante
mencionar que la inclusión que se genera al interior del pueblo no depende de las políticas públicas, sino que es
la comunidad misma la que comprende la importancia de la inclusión como mecanismo y herramienta cultural de
avance social. De tal manera, la inclusión es un asunto propio de las comunidades, mas no es una cuestión que
devenga de la teoría o de la gestión política.
Como se ha expuesto, la exclusión se combate desde las acciones políticas, mientras que la inclusión ocurre
en la acción comunal. Las dos cuestiones están mediadas por algo común que es la política pública, la cual, desde
hace unos lustros, también está siendo gestionada por la misma comunidad. Es así como puede dar a conocer
sus necesidades específicas y, por lo tanto, comunicar las garantías o productos que espera del Estado con el
fin de generar acciones preventivas y correctivas ante la exclusión causada por los acontecimientos históricos y
políticos y lograr así dar paso a la inclusión de todos los grupos segmentados y brindarles una vida digna y segura.
Conclusiones
Anderson y Snow (2001) argumentan que una de las estrategias de resistencia más poderosas al estigma que
experimentan las personas excluidas y que, por ende, generaría inclusión es la acción colectiva. Esto permitiría el
desarrollo de un sentimiento de poder y mayor eficiencia, así como la construcción de una identidad individual y
grupal positiva e incluso de una “desalineación” del modelo dominante de expectativas sociales y culpas. De tal
forma, más que una simple respuesta a la exclusión y la estigmatización, la acción colectiva (proceso de inclusión)
representaría un proceso de construcción de identidades positivas y un medio para desarrollar nuevas formas de
convivencia. Tendría un impacto tanto en las personas que la realizan como en todos los actores sociales y, por lo
tanto, podría ser una respuesta interesante, ya que se ubica en la confluencia de los micro y macrodeterminantes
de los procesos de exclusión. Según Lamoureux (2001), la acción colectiva permite subjetivizar la experiencia
de exclusión vivida y [re]convertirse en actor, tanto desde el punto de vista individual como colectivo, así como
renovar positivamente la relación con la política para [re]construir identidades plurales y positivas.
Clavel (2000) identifica cuatro condiciones para la lucha contra la exclusión: (a) debe haber una evolución en
un doble registro: económico y político, pero también cultural y social (modelo de convivencia, representaciones
del mundo, prácticas, etc.); (b) los excluidos deben estar en el centro de toda esta evolución; (c) los excluidos
deben ser reconocidos como actores y sujetos y no como objetos trasladables a una zona de inclusión; (d) las
políticas públicas nunca deben dejar de reintegrar a los excluidos a las políticas de derecho consuetudinario —no
pueden ser políticas separadas—. La acción colectiva puede constituir una vía privilegiada para cumplir con estas
condiciones, ya que trabaja tanto sobre procesos internos (cuestiones de identidad e impotencia individual para
actuar) como externos (reivindicación de condiciones más justas, políticas públicas, creación de ciudadanías
plurales, poder colectivo de acción, etc.).
Para delinear e implementar políticas públicas, estas han de ser reflexiones centrales: no se puede seguir
hablando de inclusión y exclusión como si fueran dos mundos aparte, como si solo algunos estuvieran excluidos
o solo quienes tienen capacidad fueran incluidos. Tampoco se puede homologar exclusión con extrema pobreza
o inclusión con superación de la línea de pobreza. La fórmula binaria inclusión/exclusión es muy rígida para este
tipo de problemas complejos.
En resumen, si se considera la exclusión como un problema social apremiante en las sociedades occidentales,
es fundamental reconocer que los mecanismos subyacentes que la propician no son ajenos a ninguna persona.
Por lo tanto, resulta imperativo mantener un compromiso constante tanto en la reflexión profunda sobre estos
procesos como en la acción decidida para abordarlos. La responsabilidad de contrarrestar la exclusión no recae
únicamente en ciertos grupos o entidades, sino que es un llamado que afecta a cada individuo y sector de la
sociedad. Solo a través de un esfuerzo conjunto y sostenido, se puede aspirar a crear un entorno inclusivo y
equitativo para todos los miembros de las comunidades y a seguir trabajando en diferentes herramientas que
permitan cada vez más acortar esas brechas que la guerra ha generado a lo largo de la historia sociopolítica del
continente. El contraste entre inclusión y exclusión tiene un indudable valor para el análisis de lo social y de las
políticas públicas en las sociedades complejas de hoy. Empero, esa alta complejidad es lo que impide desarrollar
dicho análisis en términos simplistas, suponiendo un estado de inclusión para algunos y de exclusión para otros.
Algunos ejemplos concretos de cómo se puede emprender este esfuerzo conjunto para abordar el problema
de la exclusión en las sociedades occidentales, bien sea ampliando la reflexión o desarrollando ciertas acciones
concretas, pueden ser los siguientes:
a. Educación inclusiva: fomentar sistemas educativos que se adapten a las necesidades de todos los
estudiantes, al margen de su origen étnico, nivel socioeconómico o capacidades. Esto podría incluir
programas de tutorías, becas para estudiantes desfavorecidos, promoción de aulas y ambientes de
aprendizaje diversos.
b. Políticas de empleo equitativas: promover políticas y prácticas empresariales que valoren la diversidad
y ofrezcan igualdad de oportunidades en el lugar de trabajo. Esto podría incluir la implementación de
cuotas para grupos subrepresentados, capacitar en la diversidad y tomar medidas para combatir la
discriminación en la contratación.
c. Acceso a la atención médica: trabajar en la creación de sistemas de atención médica accesibles para
todos, sin importar su estatus socioeconómico. Esto podría llevar a expandir programas de atención
médica pública, promover clínicas comunitarias y concientizar sobre la importancia de la salud menta
d. Vivienda asequible: abogar por políticas que garanticen que todas las personas tengan acceso a viviendas
seguras y asequibles. Esto podría incluir la implementación de regulaciones de alquiler, la construcción
de viviendas accesibles y la lucha contra la especulación inmobiliaria.
e. Participación cívica: incentivar la participación de todos los miembros de la sociedad en el proceso
político y comunitario. Esto podría promover programas de educación cívica, eliminar barreras para
el registro de votantes y crear espacios de diálogo inclusivos.
f. Conciencia y empatía: fomentar la empatía y el diálogo entre los diferentes grupos sociales a través de la
educación y la sensibilización. Esto podría incluir campañas de concienciación, talleres interculturales
y medios de comunicación que reflejen la diversidad de las experiencias humanas.
g. Colaboración entre sectores: fomentar alianzas entre el sector público, privado y sin fines de lucro para
abordar juntos los problemas de exclusión. Esto podría implicar la creación de iniciativas conjuntas,
fondos de inversión social y proyectos de responsabilidad social empresarial.
Estos son solo algunos ejemplos que demuestran cómo un esfuerzo conjunto para abordar la exclusión puede
manifestarse en diversas áreas de la sociedad. Sobre todos estos temas se podrían realizar estudios posteriores
que den continuidad a este artículo de reflexión y muestren la equidistancia entre la inclusión y exclusión —
tomando las dos en un sentido social—. La clave está en reconocer la importancia de la inclusión y tomar medidas
concretas, teóricas y prácticas para crear un entorno más equitativo y accesible para todos.
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Derechos
Artículo de investigación / Research Article / Artigo de pesquisa
Conflicto de intereses: Los autores han declarado que no existen intereses en competencia